Club de Letras UCA (Cádiz, Jerez de la Frontera y Algeciras)
Director: Profesor de la UCA Dr. José Antonio Hernández Guerrero
Coordinación del blog:
Antonio Díaz González
Ramón Luque Sánchez

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domingo, 30 de octubre de 2016

Las aludas




HABLILLA 700


          Este domingo de octubre, imaginado sereno y dorado, se queda en esto, en estampa porque los azotes del levante no cesan de empujarlo con prisa aparente hacia el invierno, porque el calor, impertinente, aún se deja sentir. Las aludas, esas hormigas con alas anunciantes del cambio de tiempo, se agrupan a millares en las azoteas, bajo la hierba silvestre, sobre la tierra húmeda. Forman parte del comentario general, de la hablilla que recorre La Isla, por un lado los mosquitos, que no quieren abandonarnos y por otro ellas, que por razón de la época y pasadas las primeras lluvias andan buscando el lugar donde iniciar o donde escarbar el nuevo hormiguero. Dice la tradición oral que su presencia indica que la tierra se encuentra reblandecida y por tanto en buen estado para sembrarla. Esta información rescata comentarios oídos a los hortelanos durante la infancia, hombres que en su tarde de descanso y pasadas las calores se daban una vuelta por la tienda del barrio. La copa siempre llena de Fino Palillo sobre el mostrador de madera gastada le desataba la lengua, ansiosa por comunicar sus proyectos. A su término, el montañés,  el conileño, el gallego o el jimenato que lo escuchaba con el mismo entusiasmo, ya contaba con el compromiso de la venta y la entrega del fruto tras la recogida. Es curioso cómo se escapan los recuerdos cuando se manifiesta uno de ellos. Es una explosión igual a la de los fuegos artificiales, una reacción en cadena provocada por lo que se oye y evoca. Las sonrisas se dibujan y se empañan casi al mismo tiempo por la distancia que nos separa de aquellos momentos.

Este octubre que hoy se despierta antes de tiempo para propiciar el ahorro de energía, se va con la esperanza de llevarse el calorcillo que coletea, aquel que ponía los higos de tuna en sazón, que apretaba tanto los membrillos que hacían rebotar los cuchillos. Comerlos era una hazaña, por agrios y por la aspereza que dejaba en los dientes, en la boca, en la garganta, pegada durante varias horas, incluso hasta el día siguiente. Pero si por algo se recuerda octubre es por un tipo de caza, la que se hacía furtivamente con las desaparecidas trampas para pájaros, las que colgaban de una guita anudada a una puntilla, sarta metálica que adornaba uno de los junquillos de la ferretería Tadín. Los chavales se levantaban al amanecer. Cargados con un saco pequeño se dirigían al desaparecido Canal, por ejemplo, tras el Patio Cambiazo. Buscaban entre la hierba, cogían un puñado de aludas y con paciencia las colocaban en el centro de aquel cepo abierto con forma de ballesta. Cuando el ave se acercaba a cogerla saltaba el resorte quedando su cabeza aprisionada hasta que moría. Era una práctica que aportaba una ayuda a la débil economía familiar, porque en aquellos años los sueldos eran muy escasos. Este tipo de caza se prohibió, como saben, sin embargo hay pruebas de que ha vuelto. Así lo recogen los artículos colgados en Internet, que aluden al aburrimiento más que a la necesidad, a una especie de moda y que como tal vuelve cada cierto tiempo (sic). El lector tiene la última palabra que compartirá o no, que comentará o guardará. Mientras tanto se suceden las imágenes, aparecen los recuerdos, asoman esos momentos que vivimos durante meses de octubre ya muy lejanos, cuando atrasar una hora en el reloj era una mentira piadosa para justificar la impuntualidad.


                             

Adelaida Bordés Benítez, 30 de octubre de 2016 



Artículo publicado en el Diario Andalucía Información: 

Ficción




                                                                                                          
En contra de los juicios más generalizados entre los teóricos y los críticos de Literatura, me permito opinar que la “ficción” no se opone a la realidad, sino que la amplia y la completa, de la misma manera que la teoría no es lo contrario de la práctica sino su entraña más esencial, su médula y su semilla. Hemos de reconocer que la vida humana no cabe dentro de la razón sino que la desborda. La locura es ir a ese otro lado de la razón y no saber volver, pero el artista y el poeta sí que vuelven y luego se marchan de nuevo, siempre se las arreglan para tener fantasías y hasta delirios para soñar, y, después, vuelven a la realidad para hacerla vivir de una manera más intensa. La ficción es un nuevo poder sobre el mundo para conmovernos y para hacernos reflexionar sobre las posibilidades de seguir mejorando, para vivir de una manera más intensa y más humana. La imaginación, sobre todo cuando está trenzada con los sentimientos, nos permite tender puentes, desestabilizar la realidad, cambiar sus medidas, sus distancias y sus colores. La fantasía, empujada por los amores y, a veces, atenazada por los temores, nos acerca a lo que deseamos y transforma el valor de las cosas y las dimensiones de las personas.

Fijaos –queridos amigos- cómo Homero, Virgilio, Plauto, Dante, Rabelais, Shakespeare, Andersen, Cervantes, Calderón de la Barca o Lope de Vega, reivindicando el prodigio y la magia, utilizan la imaginación como herramienta, como palanca, con la que amplían el campo de la realidad. Aunque la vida no podamos entenderla en toda su complejidad, tenemos que trabajar para vivirla y para disfrutarla en toda su plenitud posible.


Por eso leemos novelas y por eso asistimos al teatro o al cine, con la esperanza –aunque sea ilusionada- de que nos cuenten historias que, aunque la mayoría de las veces no tengan nada que ver con nuestra vida ordinaria y ni siquiera van a ser posibles, pero que nos pueden ayudar a descubrir el fondo misterioso de los sucesos aparentemente más anodinos. Por eso seguimos necesitando todo ese mundo de la ficción. Las ficciones nos permiten soportar y vivir la realidad cotidiana que suele ser monótona y anodina. Como afirma Salvador Compán, en su Cuaderno de viaje, “la novela es ese tipo de texto, matriz de otros muchos, que se hace con trozos profundos de realidad y reduce al narrador a un simple minero capaz de bajar a las últimas galerías para arrancar las vetas nunca vistas, transportarlas a la superficie y exponer al sol sus mejores irisaciones.”       

  


José Antonio Hernández Guerrero
                                                                             

Identidades asesinas (I)







Acabo de leer el libro de Andrew Solomon titulado “Lejos del árbol” y me ha gustado muchísimo el enfoque que hace sobre las personas que simplemente tienen la suerte o a desgracia de ser diferentes al pertenecer a un colectivo  que la sociedad y en muchas ocasiones la ciencia considera que no cumplen los criterios para ser considerados normales. Según este autor el esfuerzo que los padres, educadores, psiquiatras y el de la propia persona para que se adapten y cumplan con los criterios de normalidad lleva consigo un alto nivel de sufrimiento que en muy pocas ocasiones acaba con el éxito esperado y en muchas otras con la propia identidad de la persona.

Llama la atención y sigo citando a este autor, de que si hiciéramos un sumatorio de todas las personas que consideramos diferentes al patrón que se considera normal en una sociedad occidental; serían muchísimos más numerosas pues hay que incluir: colectivo de gays y lesbianas, personas con discapacidades intelectuales  como los niños autistas, personas con el Síndrome de Asperger, con discapacidades sensoriales –ciegos, sordos- discapacidades motoras, etnias y culturas diferentes a la nuestra –inmigrantes, migrantes forzosos-, religiones diferentes y muchísimos más que no incluyo por razón de espacio.. Sin embargo les exigimos que anulen su idiosincrasia, su singularidad, que aportaría muchísimo enriquecimiento, y se adapten a la que consideramos la mejor, la verdadera, la más normal simplemente porque al atrincherarnos en ese patrón que nos nombra e identifica no sentimos más seguros y menos vulnerables.

Ya es hora, sobre todo en los tiempos que corren, de que abandonemos miedos ancestrales de considerar al diferente como a un enemigo que amenaza nuestra cultura y nuestra existencia y abracemos a los otros como personas que suman y no restan; que pueden aportarnos muchísimas experiencias y otros modos de percibir la realidad que no son el nuestro.

Los padres que tengan un niño diferente, pongamos por caso un niño autista, harían bien en aceptarlo como es, en ayudarle a construir su propia identidad como persona diferente a lo que se considera normal, pero con una gran riqueza personal, con espontaneidad, incapacidad de mentir, enorme sensibilidad y le ahorren el sufrimiento de tener que anular su propia personalidad para adaptarse al patrón que cubra nuestras expectativas. Es importante escuchar a estos niños, darles voz para que podamos conocerles tal y como son y así poder ayudarles a ser ellos mismos, y darles cabida en nuestra sociedad. Para ello necesitamos una sociedad y una ciencia que incluya y no excluya a estos colectivos. Quizás, de esta forma, puedan ellos formar un colectivo propio, lejos de todo tipo de intervención psiquiátrica o psicológica, que reivindiquen sus derechos a ser diferentes pero felices.


En este caso y siguiendo el título de este artículo –similar al del libro de Amín Maaluf- no hace falta decir que la identidad asesina es la nuestra.


           Mercedes Díaz Rodríguez

martes, 25 de octubre de 2016

La tarea

HABLILLA 699


La tarea


          Había una tira en el TBO de los años sesenta titulada “perplejidad”. Aparecía a pie de página, como si la historieta anterior hubiera encogido o le sobrara espacio por su brevedad. Compuesta por cuatro viñetas, el personaje acababa con interrogaciones en la cabeza o rodeado de pequeñas espirales reveladoras de su confusión. Más o menos así nos hemos quedado con el estudio publicado por unas cabezas pensantes en el que proponen suprimir la tarea escolar en casa. Las razones son diversas pero concluyen en que no les ayudan a ser mejores estudiantes. Convenimos en que ciertas obligaciones, ciertas imposiciones no siempre se aceptan de buen grado y menos los niños que, como tales, piensan en jugar o en hacer lo que desean, como captar la atención para que se les lea o se juegue con ellos. No hay más que ver cuánto trabajo les cuesta volver a clase tras las vacaciones de Navidad. Sólo piensan en los nuevos juguetes y más de uno ha tosido más de la cuenta para quedarse en casa. Resulta difícil convencerlos porque la educación no sólo consiste en que aprendan materias sino en el fomento del hábito de estudio y éste difícilmente puede llevarse a cabo sin la tarea. Empieza por ella, por el rato dedicado a la lectura y sigue con la caligrafía, las primeras sumas, las restas, las tablas de multiplicar, el deletreo, la conjugación de los verbos, en fin, una sucesión que comienza en el aula, oyendo el rasgueo de la tiza en la pizarra, viendo las primeras manchas de tinta en el dedo pulgar, serie que sigue en casa, tras la merienda y la media hora de tele, con el nombre de tarea, cimiento de la responsabilidad. Es la consecuencia que va ligada a su formación, pero el estudio de estos pensantes que navega por Internet se basa en su felicidad, en que van a recuperar la alegría si dejan de hacerla en casa. Parece que se trata de una tortura o algo parecido. La pregunta es qué harán en las horas que les dejan libres las actividades extra escolares. Primero fueron las clases de idioma, a ellas se añadió el deporte o la danza según las preferencias, con las competiciones durante el fin de semana, actividades que compaginaban con la tarea. Si ahora se suprime para hacerles más felices, si se elimina porque no les aporta ningún beneficio –una de las conclusiones del estudio- no es de extrañar que con el paso de los cursos les cueste más habituarse a estudiar. Hace unos años, con motivo de la preparación para la selectividad, un profesor recomendó a los padres que reunió y de manera general. que hablaran con sus hijos -con diecisiete años cumplidos- para incrementar las horas de estudio. La mayoría de ellos concluyeron en que era imposible mantenerlos sentados tanto tiempo delante de un libro. Ahí es nada.

Pero volviendo a los niños, con todo lo anterior la pregunta es si realmente  van a ser más felices así, con los libros y los cuadernos encerrados en las entrañas del pupitre. La duda se impone en cuanto al beneficio posterior, aunque este estudio lo asegure tajante y positivamente. Los lectores, en cambio, los que crecimos con la tarea, los que deseábamos terminarla para ponernos a leer o a jugar, los que aprendimos aquello de la obligación y la devoción nos quedamos,  seguimos, como el personajillo de la viñeta, vacilantes, confundidos, en una palabra, perplejos.


       Adelaida Bordés Benítez, 23 de octubre de 2016

Artículo publicado en el Diario Información de San Fernando:          http://andaluciainformacion.es/hablillas/629663/las-tareas/


domingo, 23 de octubre de 2016

La muerte vimos



Cierro los ojos y aún escucho tu latir acelerado...
Cierto: me abalancé sobre ti en el último bocado de la sobremesa. Tu rostro, rostro de deseo y miedo a la vez. No, no estabas acostumbrado...
Lo cuento sin cuento. Así vos: sudorosa tu frente, el pulso ascendiendo por momentos, el jadeo de tu pecho entrecortado, la temperatura de tu país semejándose a los 43º del mío: mis carnes, tu país... Rígidos tus miembros preparándose para la descarga de adrenalina -tus riñones preparados...-, labios inflamados, ojos caídos, transfigurados, como tu voz que a penas emitir podía desde tu garganta espesa...Tus manos no daban tregua a mi geografía sin fronteras... Yo, animal. Celosa de tu saliva, de tu brotar continuo sobre mi vientre, una vez... y otra... y...
La muerte vimos.
La muerte vemos al mirarnos de reojo tras las letras.

Y renacemos.

Maritxé Abad i Bueno

Silencio



Mucho más difícil que hablar es callar. Acertar con la palabra adecuada en una situación delicada exige una habilidad especial, pero administrar las pausas en las selvas de las conversaciones y repartir los silencios en las rutas de los discursos es una destreza que supone un rico capital de prudencia, de paciencia y de templanza; es una habilidad que exige el desarrollo de facultades tan escasas como el tacto y el gusto. En nuestras correrías por los senderos en busca de la palabra adecuada y oportuna, todos hemos tenido que atravesar los amplios desiertos del silencio.

No podemos olvidar que las semillas de las palabras fructifican cuando caen en la tierra del silencio y se cubren con la vegetación de la reflexión. Nuestro amor por la palabra a veces comienza cuando oímos hablar a nuestro padre y cantar a nuestra madre, pero se desarrolla cuando los escuchamos callar y cuando nos esforzamos por descifrar y por deletrear sus silencios. Las dos experiencias forman esa trenza que es la convivencia y la comunicación humanas: el decir y el escuchar.

El silencio ha sido objeto de profundas reflexiones y de repetidas recomendaciones de científicos, filósofos, psicólogos y religiosos. El sabio Salomón nos advirtió que "aún el ignorante, si calla, será reputado por sabio, y pasará por entendido si no despliega los labios"; Pitágoras aseguraba que "el silencio es la primera piedra del templo de la Filosofía"; Plutarco nos enseñó que "de los hombres aprendemos a hablar, a callar, de los dioses"; Balzac nos avisa que "el silencio es el único medio de triunfar"; Larra ironiza diciéndonos: "Bienaventurados los que no hablan, porque ellos se entienden"; Huxley decía que "el silencioso no presta testimonio contra sí mismo"; Amado Nervo sostiene que "el que sabe callar es el más fuerte" y Ramón y Cajal nos indica que, "de todas las reacciones posibles ante la injuria, la más hábil y económica es el silencio". El silencio de Jesús ante Herodes, como me recordó, hace ya diez años, Julio Anguita, es uno de los discursos más elocuentes de toda la Historia de la Retórica.


José Antonio Hernández Guerrero

          

viernes, 21 de octubre de 2016

VÉRTIGOS: seis palabras que acaben con la la sílaba CA


ME PROVOCAS

Mi boca ya no es tu boca: es fruto del capricho, locura de esta pasión. Llega tu arrojo, me descoloca y hace que mi cordura sea flaca, mi perdición. ¡Ay dolor que apoca sentidos de intransigencia! Roca se vuelven tu sinsentidos: poca esperanza en lo que soy.

  
ME TOCA

Su mano sobre mi nuca nubla mi pensamiento. Si loca mi risa, me doy por satisfecha.¡Sana pues entonces mi locura!Que una placa de ternura se pasea con la parca y no me abarca más que la cintura... ¿Será cuerda de barca tu mano en mis hechuras?


BROCA

Brocar con el filo de mi pluma toda tu caótica ventura, a eso aspiro con poca resistencia...
Lo que dictaron tus dactilares toca mirar con complacencia. De lo que provocaron, filosófica bravura. Enrosca sin enjundia mi piel otra letra reseca, sin amargura.


CILÍNDRICA POSICIÓN

Orgánica parecía la marioneta que nos representó en las urnas, mas la óptica me falla: la ciática me oprime el nervio ocular y... Apática me siento ante los resultados. Acabó mi fuerza cilíndrica que todo podía. Regreso a mi forma oceánica. Maniática me volví.


Maritxé Abad i Bueno

domingo, 16 de octubre de 2016

La maldad de los buenos


                                         

La crueldad –esa propiedad tan humana de causar daño a un ser viviente y de complacerse en los sufrimientos ajenos- es singularmente visible y extraordinariamente grave cuando la practican los que poseen armas militares, competencias políticas, instrumentos jurídicos, riqueza económica, poderes religiosos, facultades intelectuales e, incluso, destrezas artísticas. Por eso –queridas amigas, queridos amigos- los poderosos, los fuertes, los ricos, los inteligentes y los hábiles nos inspiran, además de respeto y admiración, cierto temor reverencial porque, en el fondo de nuestra conciencia, advertimos que ellos poseen mayor capacidad agresiva y mayor poder de destrucción.   

Pero no podemos olvidar que los seres débiles tampoco están libres de esta perversión. Fíjense cómo, a veces, los niños hacen sufrir a los padres, los tontos a los listos, los pobres a los ricos, los débiles a los fuertes, los inferiores a los superiores e, incluso, los buenos a los malos. Y es que la crueldad, al menos en dosis pequeñas, la llevamos todos anidada en los pliegues secretos de nuestras entrañas; es un ingrediente dañino que, en diferente proporción, se mezcla con las buenas intenciones y con los nobles propósitos.

Podemos observar, por ejemplo, cómo algunos aficionados deportivos disfrutan, más que con los propios triunfos, con las derrotas de los adversarios y cómo, a veces, tras esas palabras rituales de pésame que expresan compasión por los dolores y por las penas de los demás, advertimos un sutil gesto incontrolado de íntima complacencia. Por esta razón hemos de confesar que nos resulta más fácil acompañar a los que sufren y sintonizar con los sentimientos de dolor que disfrutar con las victorias de los vencedores y compartir las alegrías de los ganadores. Las lágrimas brotan con mayor facilidad que los aplausos e, incluso cuando aplaudimos, nos tenemos que preguntar contra quién aplaudimos. Hace tiempo que los autores clásicos nos advertían que la tragedia es un género dramático más fácil que la comedia.

          
     
José Antonio Hernández Guerrero

domingo, 9 de octubre de 2016

Lo imperfecto


                                                          
   
"Las cosas que merecen ser hechas, merecen ser... mal hechas". Este juicio de Chesterton que, en una primera lectura, nos puede resultar sorprendente, encierra, a mi juicio, una profunda lección de pedagogía. Si lo examinamos con atención, descubriremos que, de una manera sencilla y clara, nos explica aquel principio fundamental -aquella obviedad- tan olvidado en la teoría de la enseñanza y en la práctica del aprendizaje: "El ser humano es por naturaleza ignorante y torpe". Este axioma antropológico constituye, además, un estímulo para que los seres normales y ordinarios nos decidamos a emprender proyectos que, inicialmente, parecen irrealizables. Esta afirmación puede ser, además, un alentador lema para animarnos los que, conscientes de nuestras limitaciones, corremos el peligro de caer en el desaliento y desistir de nuestras ilusiones. Nos sirve para recordar que la perfección es una meta suprema, es un destino inalcanzable plenamente y, por eso, es un reto permanente para los que pretendamos seguir creciendo e, incluso, para los que, con independencia de la edad, nos sintamos con ganas de, simplemente, seguir viviendo.

Pero esa aspiración de perfección sólo es estimulante para los que estén dispuestos a hacer mal las cosas, para los que reconozcan serenamente sus errores y se empeñen en corregirlos pacientemente. La perfección es el resultado final de un larguísimo proceso de ensayos fracasados, de tanteos frustrados, de errores corregidos, de defectos enmendados y de imperfecciones rectificadas. El alpinista que aspire a las alturas, no sólo ha de aceptar de antemano las caídas, los traspiés y los despistes, sino que, además, ha de gastar energías y ha de consumir tiempo ensayando, entrenando y emborronando con garabatos los borradores. El que no esté dispuesto a hacer mal las cosas, difícilmente llegará a hacerlas bien. Esta es la única puerta abierta por la que la que la mayoría de los mortales podemos superar nuestra radical pobreza y mediocridad.  


            José Antonio Hernández Guerrero

domingo, 2 de octubre de 2016

El irresistible atractivo de los tronos y de las poltronas





                                               

En los tratados teóricos, en los comentarios periodísticos y, sobre todo, en las conversaciones entre amigos y colegas, se dan por supuestos algunos principios en los que se apoyan los juicios críticos sobre el ejercicio del poder y sobre los penosos y agotadores esfuerzos que algunos derrochan para lograr un puesto de mando. Muchos ciudadanos están convencidos, por ejemplo, de que el poder depende del lugar físico en el que se sitúa el que ostenta el poder: de la altura del trono, del esplendor del sitial o de la anchura de la poltrona. Fíjense, por ejemplo, las discusiones y los conflictos que crean las reglas del protocolo de las reuniones oficiales o privadas, de los encuentros profesionales y hasta de las fiestas familiares.

Otros piensan que ocupar puestos de relumbrón es más importante que desempeñar tareas nobles. “¿Has observado -me preguntó hace ya mucho tiempo Antonio Alcedo- cómo, en cualquier profesión e incluso en la Iglesia, los “profesionales”  se pelean para sentarse  en los sillones de honor?” Repasen las listas de mecánicos, albañiles, profesores, sacerdotes, médicos, arquitectos, abogados, economistas, escribientes, poetas, pintores, periodistas, carpinteros, investigadores, ingenieros o policías, que están “liberados” de sus tareas para dedicar su tiempo y sus esfuerzos a mandar. 

El poder  fascina, sobre todo, por su brillo y por la ingenua creencia de que proporciona fuerza para influir en las ideas, en las sensaciones, en los sentimientos, en las imaginaciones y en la voluntad de otras personas. No caemos en la cuenta de que el ciudadano que ostenta un cargo, aunque él crea lo contrario, es inevitablemente víctima de los aduladores que le conceden el premio del halago y de los censores que lo castigan con sus críticas. Aunque el poder también se practica infundiendo miedos, concediendo premios, influyendo en las opiniones y cambiando las cosas, el auténtico poder lo ostenta -como dicen los estoicos- el que ejerce dominio sobre uno mismo: “sólo el que controla sus deseos -afirmaba Martín Bueno- es verdaderamente poderoso”.                                       
      

       José Antonio Hernández Guerrero
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